“Buried”: Desenterrando la magia del cine

Crítica: Buried

08 de mayo de 2020 Pablo J. Tasso
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Font: Cinemascomics.com

Este 2020 se cumple una década del estreno de Buried (Enterrado, como se tituló en España), la segunda película del director español y divulgador cultural, Rodrigo Cortés. Técnicamente, los 10 años se cumplen en el mes de septiembre, pero no he podido resistir el ansia de escribir sobre esta gran obra. Buried dispone un guion magistral que propone la reescritura de un género tan quemado y vilipendiado por el telefilm barato como es el thriller, pero que se quedaría en poco más que un curioso experimento si no fuese por la excelsa dirección de Cortés, la gran interpretación de Ryan Reynolds, la fotografía de Eduard Grau, el diseño de sonido de James Muñoz y la edición del mismo director.

El guion de Chris Springler sitúa la historia en el interior de un ataúd, con 2006 y la guerra entre Iraq y Estados Unidos como telón de fondo. Pese a su aparente sencillez, son varios los temas que aborda este largometraje, desde la desesperación humana y la hipocresía de la guerra hasta el canibalismo mediático y social. 

De todas las películas que he podido ver durante el confinamiento ha sido, sin lugar a duda, una de las que más me ha sorprendido. Impacta que la dirección y el montaje vengan de la mano de Cortés –algo de lo que un icono del séptimo arte como Robert Rodríguez (Desperado, 1995, Sin City, 2005) ha hecho un santo y seña–, pero esta decisión no podría ser más acertada. Cortés y su equipo (al que se debe otorgar el reconocimiento que merece en todo momento) han demostrado que no se necesita más que un pequeño espacio y una creatividad a pleno rendimiento para contar una gran historia. Buried es, con poca discusión, una de las producciones españolas más originales y satisfactorias de los últimos 20 años.

 Cada detalle de la puesta en escena está cuidado al milímetro, y como para no, pues si ya es complejo mantener el interés del público en una cinta al uso, imaginen en una caja de madera. Por supuesto, el enorme resultado del largometraje no sería tal si no fuese por un Ryan Reynolds sin cuya excelente interpretación la película no sería ni verosímil ni mucho menos creíble, consiguiendo reflejar a la perfección la angustia de una situación tan esperpéntica. Reynolds da vida en un 99% al guion sin mácula de Chris Sparling, otra de las grandes claves del film. Buried es uno de esos genuinos productos que ocurren cuando los astros se alinean y disponen el conocimiento y talento necesarios para producir esa magia que es el cine. 

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Ryan Reynolds interpreta a Paul Conroy, un pobre hombre enterrado en vida. Fuente: filasiete.com

 La interpretación de Reynolds merece el respeto del público. No es fácil llevar la totalidad del metraje a las espaldas, estando ante el foco en todo momento y sin un solo plano reactivo que pueda suponer alivio. Por 2010 Reynolds ya se enfundaba en ese traje de superhéroe metafórico que luego se pondría en Deadpool (id., 2016), convirtiéndose en el único personaje físico de la narración y es que la historia no se toma el lujo de abandonar el ataúd en ningún momento, convirtiéndonos en acompañante y testigo de ese pobre diablo que es Paul Conroy. 

 El trabajo de iluminación es una delicia. No hay muchas formas de dotar de dinamismo un relato tan limitado en el espacio como el presente y este equipo saca partido de todos los recursos a su alcance. La combinación de distintas fuentes de luz diegéticas (presentes en la pantalla) aporta esa chispa de dinamismo necesaria para captar la atención cuando parece desfallecer. En pocas ocasiones se ha visto (y dudo que se vea) una combinación tan medida y precisa de fuentes tan diversas como un mechero, la luz producida por una pantalla de móvil, una linterna o una barra luminosa. 

 La gran espada de Damocles de esta cinta es el montaje, pues es a la vez una de sus grandes virtudes y, quizá, artífice del único aspecto en el que se podría encontrar algo que reprochar. Cortés remite al mejor suspense producido por el maestro Alfred Hitchcock, con una selección de planos y un diálogo entre los mismos que no otorga si quiera oportunidad al aburrimiento. 

 Esta cualidad queda reflejada en su máximo exponente en la que en la humilde opinión de este escritor es la mejor escena de la película –y que no se va a revelar por no estropear la sorpresa del curioso lector–: una clase maestra de tensión, corte y sobre todo de montaje al servicio de la narración. El aspecto negativo se reduce tan solo a dos instantes puntuales en los que se abusa del tratamiento de la imagen, pero que en absoluto desmerecen el conjunto. De hecho, alaban la valentía de en su momento un joven director por intentar aportar capas a su narración.

Algunos podrían reducir su opinión a que se trata de una reinterpretación de Phone Booth (Última llamada, 2002) y es innegable que las similitudes están ahí, partiendo de que pertenecen al mismo género, pero Buried se desmarca y es eso lo que la hace única. Esta película es una cita obligada para cualquiera que disfrute del cine, una clase particular para todo cinéfilo y una imposición para aquel que considere el thriller como su género predilecto. 

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